LA ELASTICIDAD DE LOS RECUERDOS
La elasticidad de los recuerdos
Secretamente todo el mundo lo sabe, pero nadie se atreve a decirlo. Lo sabía Marguerite Duras al escribir Hiroshima mon amour y lo sabían los atribulados amantes de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos. También lo sabía el Cadícamo de Nostalgias y Edward Bloom, protagonista de El Gran Pez. Cada uno a su manera advirtió que los recuerdos son elásticos. Los deformamos, los editamos, los celebramos y los censuramos, solo para que se ajusten a nuestra idea del mundo, mientras transitamos este plano que llamamos vida. Por eso, cuando recordamos el silencio de las siestas de nuestra infancia o aquella noche intensa junto a una persona que nunca más volvimos a ver, no estamos revisitando algo que ocurrió en realidad. La memoria, siempre descarada, lleva años jugando con los elásticos para darles las más caprichosas formas.
Esta flexibilidad incluso rompe con el lugar
común de pensar que los recuerdos solo pertenecen al pasado. Son muchos los que
nos esperan en el futuro, agazapados entre las sombras de lo aún no vivido. Por
eso hay que evitar la ansiedad, actuando con cautela para que los elásticos de
la memoria no se pongan demasiado tensos, perdiendo el vuelo poético de la
nostalgia. Hoy la vida en las grandes ciudades, las responsabilidades del mundo
adulto y los cambios acelerados de este siglo complotan contra el simple gozo
de disfrutar la narración de anécdotas y vivencias. Evocar es un placer en
peligro de extinción.
Acompañemos la elasticidad de los recuerdos, recuperemos
la belleza de escuchar a quien tienen algo para contar, cantar, tocar y bailar.
Que se estiren, pero que nunca se corten.
Luis Alberto Pescara
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